Rincón poetico

¡QUÉ FELIZ SOY!

(Vicente Simón, 03 de Abril de 2012)

 

¡Qué feliz soy cuando sólo soy!

 

¡Qué feliz soy sólo siendo!

 

 

 

Estando sencillamente aquí

 

Notando la vida en mi cuerpo

 

 

 

Sintiendo que vivo y respiro,

 

Que siento.

 

Que puedo pensar

 

Que no pienso.

 

 

 

Comprobando que veo,

 

Aunque miro y no quiero ver

 

Nada especial ni concreto.

 

Porque todo está bien

 

Todo está bien, todo es bueno.

 

 

 

Sintiendo mi cuerpo

 

Y el espacio que ocupa

 

Y que puedo moverme

 

Aunque me esté muy, que muy quieto

 

 

 

Y escuchando el bullir de las cosas

 

Sus trajines, suspiros y roces

 

Sus silencios y estrépitos

 

Sus señales de vida, su estruendo

 

 

 

Y yo sigo aquí

 

Encantado, contento

 

 

 

Sin afán, sin empeño

 

Sin rencor, sin lamento

 

Sin espera ni anhelo

 

Ni angustia, ni tedio

 

 

 

Sigo aquí

 

Siendo, siendo

 

¡Qué feliz, sólo siendo!

 
¡QUÉ FELIZ SOY!

EN LA ORILLA

(Vicente Simón, 20 de Marzo de 2012)

 

Estoy aquí.

 

Calladamente apostado a la orilla de la realidad,

 

contemplándola.

 

 

 

A veces me parece un lago terso, reposado, tranquilizador.

 

A veces, un mar embravecido, amenazador, inquietante.

 

A veces, ese río que fluye incesante,

 

y en el que resulta imposible bañarse dos veces.

 

 

 

Contemplo estas formas con respeto.

 

Con un asombro y una admiración

 

que se transforman insensiblemente en algo diferente,

 

en algo parecido a un sentimiento

 

de blandura quizá.

 

 

 

Es como una luz de gloria

 

que me entra por los ojos

 

y me abre lentamente el corazón.

 

 

 

Y de él emana una ternura sin medida

 

que se derrama, que se vierte, acrecentando el lago, el río, el mar,

 

cuyo nivel va subiendo imparable.

 

 

 

Y yo me rindo, me sumerjo definitivamente.

 

Me dejo llevar, arrastrar, diluir, transformar

 

por lo que siempre he sido:

 

esa conciencia que me atrae hasta ser sólo ella.

 

 

 

La contemplación ha sido meramente una argucia,

 

un ingenioso ardid de la conciencia

 

para que acabara cayendo en el mar ubicuo de la realidad.

 

 

 

En ese mar del que nunca salí,

 

aunque creí contemplarlo desde fuera

 

y ser distinto a él.

 

 

 

Pero sólo era el espejismo

 

escenificado por la propia conciencia

 

para mantenerme vivo, para que sobreviviera

 

hasta que llegara el momento de la unión

 

delicada, definitiva  y liberadora.

 
EN LA ORILLA